¿Qué es la agonía? A esta pregunta se dedica la película. Agonía de una profesión y de sus gentes, agonía de un modo de ver la vida, que se extingue. El anacronismo que supone el cómico de la legua en la época de la expansión del cine; esa genuina lucha por la vida que es no comer si uno no trabaja un día; esa, en fin, agónica falta de espacio para una profesión que muere de muerte natural.
La tristeza y el hambre que refleja la película tienen el telón de fondo de la posguerra y de la meseta castellana, espléndidamente fotografiada por José Luis Alcaine. Destacaría la profunda humanidad que transmite. La crudeza que nos muestra nos enfría el corazón. Y sin embargo, simultáneamente, nos ofrece una esperanza, una ilusión permanente; la del día a día.
Con el proceso de desvalimiento que se nos muestra, en ese dar la espalda el público a los cómicos, a través de esa indigencia moral de la España de época, nos lleva Fernán Gómez, con pulso firme, por un contenido sendero de compasión y nostalgia.
El humor en la película viene de la mano, en la mayor parte de ocasiones, del zangolotino Carlitos (Gabino Diego) que se queda con los Iniesta-Galván, desechando su vocación de contable a causa del ardiente amor carnal, asumiendo por un tiempo la transhumancia como modo de vida.
La película está narrada de forma casi episódica, a través de largos flash-blacks, con unos diálogos brillantes. Nos ofrece el desamparo de esa última generación de cómicos que se enfrentaron a la llegada del cine. Y de paso nos regala con la imagen de la desolación de una España devastada por la posguerra, el hambre y el frío, a través de una imagen cruda y feroz que busca un retrato de la no menos feroz y cruda vida de la España de la posguerra. “El viaje a ninguna parte” es considerada testimonio fiel de aquel tipo de vida. Una película repleta de comicidad y amargura.
En su origen, “El viaje a ninguna parte” fue un serial radiofónico encargado por Radio Nacional. Se emitió en 1984. En 1985 se publicó como novela y en 1986 se realizó la película.
Los personajes gozan de una humanidad arrebatadora; y eso nos los hace completamente cercanos. Tienen un aliento que les hace sobreponerse al hambre, al frío y al árido carácter de las gentes. La tragedia que nos cuenta Fernán Gómez goza de muchos elementos sainetescos. Y es también, desde luego, un repaso crítico a nuestra historia.
Todo esto es “El viaje a ninguna parte”, pero también es una película sobre la memoria, narrada por alguien que la ha perdido –Carlos Galván; ¡Galván, Galván, hijo y nieto de Galvanes….!-, que vive de recuerdos no vividos, un “narrador mentiroso” como rezaba una vieja crítica de la película. Es, en ese sentido, un film melancólico y desencantado a la vez que un fresco sobre la vida en tanto que proceso de demolición.