30 septiembre 2011

El hombre tranquilo (“The quiet man”). John Ford, 1952.

¡Impetuosa!, ¡homérica! Qué tiene esta película que 60 años después de ser rodada mantiene toda su frescura. Posiblemente sea una de las mejores historias de amor del cine. Amor a Irlanda, a su paisaje y a sus gentes, amor entre Wayne y O’Hara. La sensibilidad de Ford en los planos y secuencias de esta película es realmente impresionante; el detallismo con que nos muestra los sentimientos del tranquilo Thornton y la irascible Mary Kate; el recurrente tema fordiano del hombre en busca del hogar, del hombre en busca de redención; la nostalgia de Irlanda, del origen,… Al igual que otras muchas películas de Ford ésta comienza con la llegada del protagonista al lugar donde se desarrollará la acción. Innisfree es un lugar donde el tiempo parece detenido y donde la represión inunda la costumbre. Un lugar que será un bálsamo para Wayne, y para nosotros.



Como a casi todo el cine de Ford se acusa a “El hombre tranquilo” de misoginia. Bueno, nadie más ciego que quien no quiere ver. En esta película se muestran no sólo las grandes diferencias entre lo masculino y lo femenino, sino también el profundo respeto de cada uno por lo otro. Vemos la estrechez de las normas sociales y, a pesar de esa estrechez, o precisamente por ella, el profundo sentido de la vida y de la comunidad que rezuma “El hombre tranquilo”. Y entre esas normas está la dote, que perpetúa la tradición y supone la libertad, y por tanto la dignidad, de la mujer. La descripción de los roles masculino y femenino, la incomprensión entre ambos, por la ausencia de sentido social de Wayne, es uno de los elementos importantes de la película. Como siempre en Ford la mujer aparece como representación del orden y con conciencia de su situación y su poder.

Y junto a esas normas sociales el papel de la religión, como en otras muchas películas de Ford, como parte inseparable de la comunidad. Una religión no institucional, sino como conformadora de lo social y fundamentalmente de la familia. Toda esta aparentemente estrecha sociedad de Innisfree carece de instituciones; es una sociedad casi natural, donde el orden subyace en la propia estructura del pueblo, donde el bar sustituye al ayuntamiento. En definitiva, una película profundamente humanista.

Pero hay más, mucho más: el tono expresionista que por ejemplo aparece en el flashback que se desarrolla en el ring; la presencia de dos reverendos de distinta religión, que por una vez no se enfrentan; la excepcional música de Victor Young y la siempre abrumadora fotografía de Winton Hoch (con Oscar incluido); un guión mucho más que notable de Frank S. Nugent y el propio Ford; y todo ello para demostrarnos de una forma aparentemente sencilla que la guerra forma parte del amor.

Decía Hitchcock que “el cine es un rectángulo que hay que llenar de emoción”. Tenemos, en “El hombre tranquilo”, algunos de los elementos constantes en el cine de Ford: los espacios abiertos, la vulnerabilidad de sus héroes; Victor McLaglen (Danaher), Ward Bond (reverendo Lonergan), Barry Fitzgerald (Micheleen Flynn),…, los personajes secundarios, todos, están trazados con una brillantez como en pocas películas podemos ver. La película está impregnada en humor. Hay escenas hilarantes, como aquélla en que Micheleen va, de tiros largos, a visitar a Mary Kate en nombre de Thornton para preguntar si estaría interesada en que él la cortejara. Escenas románticas: ese primer beso que Sean da a Mary Kate, que impugna la tradición y la represión de que hablamos antes. Ford, como siempre, llena de emoción ese rectángulo. Y lo hace sin ambigüedad; su cine es reflexivo; en él todo está pensado y ejecutado para completar el círculo.

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