En primer lugar hay que decir que Memorias
de Africa es una película sobre la añoranza. Desde Dinamarca, Karen (Meryl
Streep) nos cuenta retrospectivamente la historia de aquello que la enamoró
para siempre. Toda la película esta guiada por la voz en off de la Baronesa.
La historia comienza en Dinamarca,
con una introducción que nos presenta a Karen como una
mujer completamente pragmática, capaz de realizar un matrimonio de conveniencia
con el hermano de su amante, el Barón Bror Blixen (Klaus
Maria Brandauer). Ella obtiene un título y él comodidad económica.
Con un bien sostenido guión de
Kurt Luedtke, magistralmente complementado por John Barry, que aquí compone una
de las grandes músicas del cine, convertida bien pronto en todo un clásico, que
nos envuelve como entre sábanas de seda. Y, por supuesto, la portentosa fotografía
de David Watkin, de una plasticidad extraordinaria, que nos traslada realmente
a Africa: luminosidad, colorido, intensidad,…, en unos planos absolutamente
maravillosos. Cámara y música, conjuntamente, activan su función creadora despertando
en nosotros la emoción y la sensación del viaje. Extraordinarias las
preciosistas tomas aéreas en las que la música alarga los planos.
La riqueza de los diálogos, el
transcurrir pausado de la acción, la levedad de los gestos, la armonía general
que aquí se nos brinda, hacen de Memorias de Africa un film
íntimo e intenso.
El previsible choque de dos egos
fuertes, marcadamente individualistas, Karen y Denys (Robert
Redford), se pospone hasta el final. En algún aspecto la película responde a un
prototipo, el del aventurero que enamora y el de la mujer que se enamora del
aventurero, para después intentar encerrar la aventura entre las vallas de una
granja, en el vano intento de hacer cotidiano lo excepcional. Decía Victor Hugo
que “a las mujeres les gusta sobre todo salvar a quien las pierde”, y algo de
eso hay aquí, aunque finalmente el choque frontal de los individualismos se
produce inevitablemente.
Sydney Pollack realiza en Memorias
de Africa un memorable trabajo que equilibra con absoluta
perfección todo el conjunto, desde la fotografía al vestuario, desde la música
al diseño de producción, dando lugar a una película perfectamente estructurada
y sólida.
Mujer tozuda, audaz y valerosa
hasta el extremo, lo mismo se empeña en la esforzada tarea de sacar adelante la
cosecha de café que en la osadía de cruzar el país para llevar víveres a su
marido. El carácter de Karen –aunque
es ella quien nos lo cuenta- es el de una mujer de gran entereza que incluso al
verse seriamente dañada por la decisión de Denys es capaz
de tomar su propio y doloroso camino, con gran firmeza y cueste lo que cueste. Y
tras la ruina prefiere el amargo sabor de la derrota que la pérdida de su independencia
con la petición de ayuda a Denys, aunque sí
es capaz de humillarse para salvar a sus kikuyu.
Finch-Hatton, el
hombre al que estropean su soledad, es presentado ante nosotros como un personaje
a un tiempo aislado de la sociedad e inmerso en el mundo; un hombre que pertenece
al mundo natural, que forma parte del paisaje y la atmósfera africana, donde
quedará por siempre, encima de una colina, desde la que los leones vigilan su
reino. Individualista e independiente, extremadamente celoso de su libertad, huye
de una realidad que no soporta sino a pequeños sorbos; por eso suele marcharse
tras pasar unos pocos días con Karen.
La completa ausencia de trabas en
el matrimonio de Karen con el Barón
Blixen se contrapone a los condicionamientos, a las reglas, que
ella exige a Denys. Pollack nos habla del
amor como libertad (Denys) frente al amor como
posesión (Karen). De algún modo Memorias
de Africa nos muestra que el amor, en ciertos aspectos, es poco
altruista.
Película que apunta directamente a nuestras emociones,
a nuestra cándida
inocencia, y da en el blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario