08 abril 2013

Memorias de Africa (“Out of Africa”). Sydney Pollack, 1985.


En primer lugar hay que decir que Memorias de Africa es una película sobre la añoranza. Desde Dinamarca, Karen (Meryl Streep) nos cuenta retrospectivamente la historia de aquello que la enamoró para siempre. Toda la película esta guiada por la voz en off de la Baronesa.

La historia comienza en Dinamarca, con una introducción que nos presenta a Karen como una mujer completamente pragmática, capaz de realizar un matrimonio de conveniencia con el hermano de su amante, el Barón Bror Blixen (Klaus Maria Brandauer). Ella obtiene un título y él comodidad económica.

Con un bien sostenido guión de Kurt Luedtke, magistralmente complementado por John Barry, que aquí compone una de las grandes músicas del cine, convertida bien pronto en todo un clásico, que nos envuelve como entre sábanas de seda. Y, por supuesto, la portentosa fotografía de David Watkin, de una plasticidad extraordinaria, que nos traslada realmente a Africa: luminosidad, colorido, intensidad,…, en unos planos absolutamente maravillosos. Cámara y música, conjuntamente, activan su función creadora despertando en nosotros la emoción y la sensación del viaje. Extraordinarias las preciosistas tomas aéreas en las que la música alarga los planos.

La riqueza de los diálogos, el transcurrir pausado de la acción, la levedad de los gestos, la armonía general que aquí se nos brinda, hacen de Memorias de Africa un film íntimo e intenso.

El previsible choque de dos egos fuertes, marcadamente individualistas, Karen y Denys (Robert Redford), se pospone hasta el final. En algún aspecto la película responde a un prototipo, el del aventurero que enamora y el de la mujer que se enamora del aventurero, para después intentar encerrar la aventura entre las vallas de una granja, en el vano intento de hacer cotidiano lo excepcional. Decía Victor Hugo que “a las mujeres les gusta sobre todo salvar a quien las pierde”, y algo de eso hay aquí, aunque finalmente el choque frontal de los individualismos se produce inevitablemente.

Sydney Pollack realiza en Memorias de Africa un memorable trabajo que equilibra con absoluta perfección todo el conjunto, desde la fotografía al vestuario, desde la música al diseño de producción, dando lugar a una película perfectamente estructurada y sólida.

Mujer tozuda, audaz y valerosa hasta el extremo, lo mismo se empeña en la esforzada tarea de sacar adelante la cosecha de café que en la osadía de cruzar el país para llevar víveres a su marido. El carácter de Karen –aunque es ella quien nos lo cuenta- es el de una mujer de gran entereza que incluso al verse seriamente dañada por la decisión de Denys es capaz de tomar su propio y doloroso camino, con gran firmeza y cueste lo que cueste. Y tras la ruina prefiere el amargo sabor de la derrota que la pérdida de su independencia con la petición de ayuda a Denys, aunque sí es capaz de humillarse para salvar a sus kikuyu.

Finch-Hatton, el hombre al que estropean su soledad, es presentado ante nosotros como un personaje a un tiempo aislado de la sociedad e inmerso en el mundo; un hombre que pertenece al mundo natural, que forma parte del paisaje y la atmósfera africana, donde quedará por siempre, encima de una colina, desde la que los leones vigilan su reino. Individualista e independiente, extremadamente celoso de su libertad, huye de una realidad que no soporta sino a pequeños sorbos; por eso suele marcharse tras pasar unos pocos días con Karen.

La completa ausencia de trabas en el matrimonio de Karen con el Barón Blixen se contrapone a los condicionamientos, a las reglas, que ella exige a Denys. Pollack nos habla del amor como libertad (Denys) frente al amor como posesión (Karen). De algún modo Memorias de Africa nos muestra que el amor, en ciertos aspectos, es poco altruista.


Película que apunta directamente a nuestras emociones, a nuestra cándida inocencia, y da en el blanco.

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