determinado, o emanando de un punto
determinado, algo que sea un poder,
me parece que reposa sobre un análisis
truncado, y que, en todo caso no da
cuenta de un número considerable
de fenómenos. El poder, en realidad,
son unas relaciones, un conjunto más
o menos coordinado de relaciones”.
MICHEL FOUCAULT
Ayer me enteré de que existía este palabro: micromachismo. Continuando la moda de la componenda lingüística para obtener un resultado conceptual adecuado alguien ha confeccionado este término. En primer lugar el concepto remite a la “microfísica” del poder que Michel Foucault se encargó de mostrarnos hace varias décadas.
Así pues, me voy a Google y busco “micromachismo” y la primera referencia que obtengo es un artículo de Jorge Corsi, que fue catedrático en la Universidad de Buenos Aires, en el que textualmente se dice: “Los micromachismos, llamo así a las prácticas de dominación masculina en la vida cotidiana, del orden de lo "micro", al decir de Foucault, de lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia”. A continuación sonrío.
En mis tiempos leí mucho, muchísimo, y con mucho interés a Foucault. Y si no recuerdo mal, lo que Foucault se empeñaba en demostrar es que la objetividad es imposible puesto que la verdad se piensa desde formaciones intelectuales inconscientes. Y estas formaciones están afectadas por el poder, por las relaciones de poder. Nos muestra que el poder es interesado, y analiza no solo el poder, sino también sus mecanismos. Por ello estudió la locura y la institucionalización de la salud y la enfermedad. Por ello estudió el discurso y su poder: el saber, el sujeto, la historia; por ello estudió la sexualidad, la represión y el bio-poder. Por ello, en resumen, su obra es un gran análisis del poder, del saber y de la verdad y de las interrelaciones existentes entre ellos. Para Foucault los fenómenos de poder no debían estudiarse tomando como referencia un asunto y descendiendo, sino al contrario, buscando mecanismos “infinitesimales” y ascendiendo, hasta observar cómo han sido transformados por formas de dominación más amplias. “El poder tiene que ser analizado como algo que no funciona sino en cadena”; “el poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular”. Al cabo de todo, lo que Foucault pretendía era romper la barrera de una razón retrospectiva fundada sobre “a prioris”. Como podéis ver todo esto es bastante “filosófico”. Por eso, cuando algún mindundi, que no entiende ni papa, coge una palabra de aquí, unos conceptos de allá y unos pelos púbicos de acullá, para decir falsas obviedades bajo la sábana de la teoría, me produce un efecto emético-intelectual que me desborda.
No tomaré demasiado en serio a este Corsi. Busco otra referencia y encuentro a Luis Bonino, que parece más serio. Al menos no es un psicoterapeuta argentino ni ha sido detenido por pedofilia. Bueno, dice Bonino, que una de las denominaciones del micromachismo es “terrorismo íntimo”; ¡joder! Este estudioso pretende realizar un “análisis crítico de las injusticias de la vida cotidiana”, y, para ello, dice, recurre a Foucault y a los estudios feministas. Es interesante en su análisis que asigna a los hombres poderes reales y a las mujeres pseudo poderes, concretamente aquéllos “de los grupos subordinados, centrados en 'manejar" a sus superiores”. Afirma que las necesidades de las mujeres se expresan por vías ocultas, como las quejas y reproches, a los que “los varones rápidamente se hacen inmunes”. El carácter científico de esta última aseveración es, como se puede apreciar, muy sólido. Hay afirmaciones de todos los colores sobre el asunto, siempre en el sentido de que esta “microviolencia” está en la base de toda forma de violencia de género. Leyendo el artículo, de 19 páginas, lo que en principio es una cuestión de género se va transformando en un asunto individual; parece ser que los varones, individualmente, nos dice, vamos creando una red que va atrapando a la mujer, “atentando contra su autonomía personal si ella no la descubre”.
A mí lo que más me sorprende de este tipo de argumentación tan peregrina es que siempre desde la defensa de un género califica a los miembros, en este caso “miembras”, del mismo, de incompetentes para la defensa propia.
Si mi pareja me dice “exageras” es que exagero, nada más. Si yo le digo a mi pareja “exageras” estoy cometiendo un nefando acto de terrorismo íntimo. Otros ejemplos de micromachismo, y se me ha venido la comida a la boca: la renuencia a hablar de uno mismo, frases como “¡déjame en paz!”, “¡nunca estás conforme!”, “si sabes que te quiero ¿para qué precisas que te lo diga?”; también, incumplir promesas, adularla, la autoalabanza; por supuesto, el paternalismo. Uno que me ha encantado lo denomina este señor “terrorismo misógino”.
Foucault se asombraría de lo que han hecho con él, de cómo lo han utilizado para amparar una teoría sosa, insípida, boba, y que hace aguas por todos sitios. Foucault huía de ese esencialismo que contiene el término “género”. Fue Deleuze, y Foucault, sin duda lo suscribiría, quien señaló que la filosofía es una empresa de desmixtificación. Aquí vemos lo contrario.
Busco una referencia más en Internet y me encuentro el Circulo de Estudio Psicología para el Cambio. Con ese nombre ya promete. Y así es; aquí dicen que cuando un hombre quiere pasar todo el día con su pareja está siendo machista. Y además, “cuando un hombre expresa o deja de expresar (verbalmente o con acciones) ciertas conductas que pueden ser interpretadas como “normales” e inclusive “esperables” en una relación, podemos estar ante un hombre micromachista”. Es interesante, si las expresas o si las dejas de expresar.
En definitiva, cualquier forma de llevar la contraria a una mujer puede ser interpretada, según esto, como micromachismo, porque al ser hombres imponemos nuestro dominio y capacidad opresora sobre la mujeres.
El micromachismo, como el neomachismo, como Dios, tiene un argumento ontológico. En este caso, que se discuta es señal de su existencia.
En el fondo de todo esto está la cuestión de la identidad y la autoafirmación. En todo lo que leo sobre feminismo e igualdad de género hay una constante: la autoafirmación del macho frente al mundo. Ya va siendo hora de que quizá la mujer busqué esa identidad sin necesidad de enfrentarla al hombre, sin buscar cuotas que, desde esas posiciones, definen como masculinas. En este mismo marco, el de la identidad, se sitúan otros movimientos sociales como los nacionalistas, movimiento de origen étnico o el movimiento gay. Para estos movimientos, como para el feminismo la identidad es una cuestión política.